¿Por qué nos cuesta tomar decisiones?
Si no nos paramos a pensar, si no miramos a nuestro alrededor ni observamos nuestro comportamiento, aparentemente la vida pasa vertiginosamente haciendo mil cosas al día, y supuestamente todas esas cosas las hacemos porque “tenemos que hacerlas” o porque “queremos hacerlas”. Y aparentemente está todo claro. Sólo nos detenemos a pensar cuando llega el momento de tomar una decisión difícil. Una de esas en las que no te quieres equivocar porque es realmente importante.Sin embargo, si nos fijamos bien, nos pasamos el día tomando decisiones: qué ropa me pongo hoy, qué preparo para cenar, qué móvil me compro, etc. De éstas, tenemos muchas y resultan agotadoras, muchas veces por la cantidad de opciones que tenemos para elegir. Si tuviéramos para elegir sólo entre dos modelos de móviles, utilizaríamos una lista de “ventajas” y “desventajas” de cada uno y racionalmente elegiríamos el más adecuado. Pero como hay muchísimos modelos y muchas cualidades a valorar, la decisión se hace más difícil. Pero además de ésto, en la toma de decisiones entran otros aspectos que la dificultan. Cuando estoy valorando las competencias de directivos en las empresas para identificar aquellas que necesitan desarrollar, una indiscutiblemente importante es la capacidad de toma de decisiones. En este sentido, hay muchas estrategias para poder tomar decisiones acertadas en nuestro trabajo. La mayoría de los directivos destacan que, si tienen información suficiente, la toma de decisiones es fácil, porque se reduce la incertidumbre y obviamente podemos afinar mejor. En estos casos, como comenta Ruth Chang en su charla en TED “Cómo tomar decisiones difíciles”; estamos analizando datos, números, valores y objetivos, y finalmente llegamos a una opción que es la más adecuada en comparación con las otras (1). Es decir, una es la buena y las otras no son válidas. Efectivamente, esa es la decisión fácil y para la que los métodos que conocemos, son útiles. Sin embargo, las decisiones difíciles son aquellas en las que no existe una clara opción buena y otras malas. Cada posibilidad tiene ventajas e inconvenientes, o cosas que nos gustan y cosas que no nos gustan… Aquí nos encontramos con decisiones relativas a qué profesión quiero desempeñar, dónde quiero vivir, con quién, cómo… pero también se pueden convertir en decisiones difíciles temas cotidianos como qué estilo de vida quiero llevar, qué tipo de comida, si hago o no deporte, etc. Entonces queremos utilizar lo racional de nuevo y sacamos nuestra lista o un cuadro de DAFO, o una tabla de dónde estoy y adónde quiero llegar… Da igual la técnica que usemos, cuando terminamos, tenemos todos los cuadros rellenos y no vemos claro por qué una opción es mejor que la otra. Y esto sucede porque no estamos comparando números o datos, sino valores en muchos casos emocionales que son los que nos definen como persona. Si uno quiere vivir a las afueras de la ciudad con su familia de tres niños, en una casa con piscina y jardín, mientras que otro quiere vivir en el centro de la ciudad, en un apartamento, con una tortuga de mascota, quién nos dice que una opción es mejor que la otra. Está claro que en este caso entran en juego los valores personales de cada uno. De modo que, un aspecto fundamental cuando tenemos que tomar una decisión difícil, una decisión en la que no hay una clara opción mejor que las demás, en estos casos, tenemos que pararnos y poner sobre la mesa nuestros valores personales. Esos que nos definen como persona y que no se puede juzgar si son buenos o malos porque para cada uno es diferente y por tanto tendrá sus propios valores. Pero después, cuando ya hemos tomado la decisión y la estamos llevando a cabo, no podemos olvidar revisar que efectivamente estamos aplicando lo que habíamos decidido (si decido que voy a dejar de fumar porque valoro que prefiero estar sano, pero después no lo cumplo, no hemos tomado realmente la decisión. Ésto es más agotador aún).
Y llevando a cabo nuestra decisión, tenemos que revisar que se estén cumpliendo nuestras expectativas. Si no es así, habrá que revisar por qué no estamos en la situación esperada y volver a tomar decisiones. Este paso se nos suele olvidar y nos lamentamos por no haber tomado la otra decisión (esa que nunca sabremos qué hubiera sucedido, pero que ahora creemos que era la menos mala).
Es decir, la vida no es estática, no se para, está en constante cambio, y nosotros podemos elegir cómo afrontar esos cambios en función de las decisiones que tomemos, o corremos el riesgo de que nos paralice el miedo y nos estanquemos. Sabemos utilizar estrategias racionales para decisiones racionales y sabemos que debemos tener nuestros criterios de valores para las decisiones difíciles, entendiendo que así tenemos la gran oportunidad de elegir qué tipo de vida queremos llevar.
Convencidos de que las personas son la pieza fundamental de toda organización, nuestro objetivo es cuidar la salud psicosocial de los trabajadores y lograr entornos laborales saludables acompañando a los servicios de prevención en esos procedimientos para mejorar la calidad de vida laboral de los trabajadores y aumentar la eficiencia de las empresas.