Un cuento con un gran final

cuento

… Y un buen día me nombraron Jefe.

Estaba ilusionado porque había trabajado mucho para promocionar. Me gustaba mucho lo que hacía. Era el que más destacaba de mis compañeros por ser organizado, puntual, con titulación universitaria, implicado, con iniciativa y conocimientos técnicos. Así que un buen día me nombraron jefe. Pero todo eso que yo sabía hacer – y que hacía tan bien- resultó no ser suficiente para lo que ahora se esperaba de mí…

De repente me vi “gestionando”. ¿Qué asignatura de la carrera hablaba de esto? No lo recuerdo, quizás porque no había ninguna o como mucho algunas nociones teóricas dentro de un tema sin mucho contenido.

La palabra “gestión” me llevaba a desempeñar funciones como planificar proyectos, organizar las tareas del equipo de personas que tenía a mi cargo para que consiguieran finalizar esos proyectos no sólo en el tiempo estimado, sino también dentro de los costes establecidos, atender a las necesidades individuales de cada uno y a las riñas que se establecían por las tomas de decisiones o duplicidad de tareas, reportar resultados a mi jefe estableciendo parámetros de calidad que no sabía de dónde los tenía que sacar, atender a los clientes, sus necesidades, quejas y cambios de opinión, y un largo etc. que en su momento me llevaron a pensar: “¡Para qué demonios he aceptado este puesto!”

afforComo suele suceder cuando uno no maneja determinadas situaciones que necesita controlar, lo primero que hice casi inconscientemente fue “ponerme en mi sitio”. Saqué la cara más seria que tenía, y puse orden en el departamento a base de “aquí el que más grita soy yo” y “esto se hace así porque lo digo yo”. Esto surtió efecto rápidamente, tenía a todo mi equipo centrado en su trabajo sin levantar la cabeza. Eficacia, sí señor. Pero me duró poco. Los efectos secundarios llegaron pronto. El equipo que estaba dividido se unió pero sólo en mi contra. Cuando me daba la vuelta, pasaban horas criticándome y debatiendo que las cosas hay que hacerlas de otra manera y con otros modos y blablablá… El problema se acentuó porque nadie se atrevía a decírmelo a la cara.

Yo seguía enfrascado en encontrar indicadores de productividad que enseñar a mi jefe para demostrarle lo bien que trabajábamos y eso me hacía estresarme más y gritarle más a mi equipo para que esos indicadores fueran positivos. Pero no conseguía que subieran en la gráfica.

Así que me encontraba sin control de la situación, con mi equipo enfadado y sin cumplir los objetivos. Me llevaba trabajo a casa todos los días porque aquello no parecía tener fin.

Un día, el responsable de RR.HH nos incluyó a otros jefes de mi nivel y a mí en un curso para el desarrollo de Habilidades Directivas. Pensé que por más que nos enseñaran cosas importantes, con mi equipo no se podría trabajar porque ellos son como son, y no se les puede cambiar.

La persona que vino a impartir el curso sorprendía por la sonrisa constante que mantenía desde el primer momento. ¿Cómo se puede estar sonriendo todo el tiempo? Nosotros estamos amargados con esta lucha diaria, es que no ve que no se puede estar de sonrisitas y perder el tiempo… ¡pues sí que empezamos bien!

Hizo una presentación a la que no le presté mucha atención pero me sorprendió que empezara diciendo que no creyéramos nada de lo que dijera. Entonces, ¿para qué ha venido?

Yo, que pienso antes de escuchar, y hablo antes de pensar, tuve la duda durante el instante suficiente como para que esta persona pudiera explicar lo que había dicho.

– No quiero que creáis nada de lo que digo. Quiero que lo experimentéis, es decir, que lo pongáis a prueba y averigüéis en la práctica si funciona o no. La teoría sirve para comprender las cosas, pero si no la aplicamos, no tiene utilidad.– Y nos volvió a mirar sonriente.

Y añadió – ¿Cuántos de vosotros os expresáis correctamente pero sentís que los demás no os entienden?– Rápidamente levantamos la mano casi todos los asistentes. Y como la sala se quedó en silencio, empezaron a surgir comentarios a la pregunta. – Es que la gente no tiene interés.– Otros decían – Y algunos es que no se enteran porque no se enteran, vamos, que no llegan…– En definitiva, la conclusión generalizada era que los demás no querían o no podían entendernos aunque nuestro discurso fuese el mejor.

– Bueno, comprobémoslo pues– sonrió nuestro ponente. – Haremos una dinámica de Escucha Activa.- Todos nos miramos y pensamos en la vergüenza de salir en público a hacer el ridículo delante de todos. Pero como transmitía siempre esa sensación tan positiva como de que nada malo te puede pasar, finalmente el grupo se fue animando a participar.

Fue curioso comprobar que en frases y argumentos sencillos no nos entendíamos. ¿Por qué?

– En la mayoría de los casos, cuando entablamos una conversación, solemos estar más pendiente de lo que vamos a decir nosotros que de escuchar a la otra persona. Cuando aún no ha terminado la frase, ya creemos saber lo que va a decir y anticipamos lo que vamos a responder o argumentar. Eso nos lleva a no escuchar en realidad y presuponer.- resumió Sonrisa (como más tarde decidimos llamar a la persona que RR.HH había elegido para cambiar nuestra manera de gestionar a nuestros equipos) y agregó –Os planteo el siguiente ejercicio: durante esta semana, cada vez que habléis con alguien, tenéis que escuchar atentamente todo lo que diga, dejándole terminar la frase completa. Después, repetiremos lo que nos han contado para confirmar que efectivamente hemos entendido lo que nos han dicho. Y cuando nos confirmen que efectivamente les hemos comprendido, entonces, podremos ponernos a pensar en la respuesta que queremos dar. Según lo complejo que sea el tema, algunas respuestas las daremos en el momento, otras tardaremos unos segundos en pensarlas y para otras necesitaremos más información y tendremos que hacer más preguntas. Aunque esto parezca que ralentiza la comunicación, a la larga, resulta mucho más eficaz porque conseguimos conexión, es decir, estaremos hablando de lo mismo y no de suposiciones. Pero como dije al principio, no os creáis nada, comprobadlo por vosotros mismos.- y sonrió ☺

Ésta sería la primera de varias sesiones en las que empezamos a ver que existe otra forma de hacer las cosas y que se pueden conseguir mejores resultados. Sólo es necesario tomar conciencia, aprender a gestionar un equipo de trabajo, y en definitiva, a un equipo de personas, y actuar…para alcanzar los objetivos planteados, rentabilizar el esfuerzo y ser más productivos.

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