Vacaciones que transforman la actitud y la aptitud

Los veranos en el campo quedaron grabados en mi memoria como una desconexión total de la tecnología y de quienes formaban parte de mi rutina urbana durante el resto del año. El ritmo diario se marcaba por las tareas esenciales para la subsistencia: arreglar la habitación, limpiar el entorno, preparar la mesa, compartir el almuerzo, ordenar después, atender a las aves de corral y recolectar sus huevos, cosechar los frutos de la huerta. Las mañanas transcurrían velozmente, mientras que las tardes parecían alargarse.

Durante la siesta, mientras mis abuelos descansaban, yo me sumergía en el arte de dibujar a Mickey Mouse. Los primeros intentos resultaron toscos: trazaba un círculo para la cabeza y otros dos para las orejas, que al principio quedaban desconectados y aplastados, como si hubiera perforado el papel. Con el tiempo, fui perfeccionando la técnica y buscando herramientas que me ayudaran, como recipientes circulares para trazar contornos o un compás en años posteriores.

Inicialmente, al colorear, me salía de los bordes negros del rostro. Gradualmente, aprendí a respetar los límites del papel y, más tarde, los del propio dibujo. Esta rutina se repetía día tras día. La hora de la siesta se convirtió en mi momento de concentración plena con Mickey Mouse, llegando incluso a postergar las tareas escolares de verano por ese instante de flujo creativo que experimentaba a diario.

Después de la siesta, cuando bajaba “el calor”, mis abuelos me ayudaban a montar la tienda de embutidos, nos servían unas calabazas y calabacines pasados para imaginar que esa sería la pieza de mortadela que había que cortar y laminar, pesar y cobrar en base al peso en esa charcutería imaginaria. Las habilidades practicadas con Mickey Mouse me servían para hacer los carteles de los precios con su tipografía leíble y bonita. Y así, pasábamos las tardes, yo de tendera y mi abuela de compradora. Trabajaba todo el día, pero con la increíble sensación de perder el tiempo.

Se me encomendó elaborar un artículo sobre aptitud y actitud, dos cualidades fundamentales en el desempeño y rendimiento profesional. Reflexionando sobre ello, reconocí que gran parte de mi comprensión sobre la cultura del esfuerzo se forjó en aquel hogar rural, gracias a las enseñanzas de mis abuelos.

Recientemente, entablé una conversación con un familiar adolescente de 14 años sobre estos conceptos. Exploramos juntos las definiciones de aptitud y actitud, debatiendo sobre su origen y relevancia, similar al dilema del huevo y la gallina. Mi joven interlocutor defendía con firmeza la primacía de la actitud sobre la aptitud, argumentando que la primera puede fomentar el desarrollo de la segunda.

Nuestro intercambio se convirtió en un auténtico debate filosófico, poniendo a prueba su capacidad de abstracción más allá del mundo digital (TikTok). La discusión se enriqueció con la intervención de otro miembro de la familia, quien señaló: «Aunque la actitud es crucial, la aptitud determina la idoneidad. Sería preocupante que alguien trabajando en una central nuclear careciera de la aptitud necesaria».

Este diálogo se prolongó, permitiéndonos desarrollar una comprensión más profunda de ambos conceptos y su interrelación. A través de este ejercicio intelectual, casi logramos la aptitud suficiente para discernir y analizar estas dos nociones fundamentales.

¿Qué es la aptitud? Es la capacidad para operar competentemente en una determinada actividad. También se define como la cualidad que hace que un objeto o persona sea apta, adecuada o acomodada para cierto fin. He descubierto, que existen diversidad de tipos de aptitudes, como lo son:

  • Las aptitudes técnicas: Habilidad para aplicar el conocimiento o experiencia especializados.
  • Las aptitudes humanas: Facilidad para trabajar, entender y motivar a otras personas, tanto en lo individual como en grupo.
  • Las aptitudes conceptuales: Capacidad mental para analizar y diagnosticar situaciones complejas.

Y entonces…

¿Qué es la actitud? Existen múltiples definiciones, empezando porque se considera que engloba a la postura del cuerpo, “especialmente cuando expresa un estado de ánimo”. También se entiende como la disposición de ánimo, manifestada de algún modo para operar competentemente en una determinada actividad. Y por supuesto, como establecía mi madre (desde su conocimiento del latín), la cualidad que hace que un objeto o persona sea apta, adecuada o acomodada para cierto fin.

Viendo la definición de ambas, me doy cuenta de que, durante ese tiempo de juego, aprendí tanto aptitudes como actitudes. No bastaba con cortar bien el salchichón, sino que había que tratar a la clienta y eso requería tanto de aptitud como de actitud. Y mi abuela ejercía de forma natural lo que los psicólogos denominamos: moldeamiento y andamiaje. A veces, se ponía ella de tendera e intercambiaba los roles conmigo. Me reforzaba cada vez que salía del establecimiento con la compra hecha. Me enseñaba a ser amable y saludar a la clientela (aptitudes humanas), a pesar el embutido al precio que marcaba cada día (aptitudes conceptuales) y finalmente a cobrar al cliente el servicio realizado (aptitudes técnicas).

Conforme pasaron los veranos tuve la suerte de contar con un grupo de empleados (mi hermana y mis primos) que me ayudaban a llevar tienda; tuve que limar las diferencias entre ellos, enfocarles en el objetivo común, reforzar sus capacidades y asegurar que el clima de trabajo fuese lo bastante bueno como para no cerrar la tienda y que se acabase el juego. Todo esto me exigió liderar desde la actitud, pero también la aptitud.

Partiendo de todo ello existen múltiples beneficios en dedicar espacios y tiempos a entrenar tanto las habilidades técnicas para cierto fin, como el estado anímico a la hora de alinearse con un propósito y afrontarlo.En aquel entorno, disfrutábamos del juego sin presiones ni consecuencias. La clave estaba en saborear el proceso y aprender de quienes, con su ejemplo, ya habían desarrollado estas habilidades.

Mi abuela, aunque quizás no fuera la comerciante más experimentada, destacaba por su capacidad de inspirar. Su liderazgo nos motivaba a imaginar y a creer en nuestro potencial.

¿Y qué beneficios encontramos?

Trabajando la actitud: mejoramos las relaciones interpersonales (favoreciendo una actitud positiva que favorece la comunicación y el ambiente de cooperación), incrementamos nuestra resiliencia y nuestra capacidad para afrontar o tolerar la frustración, logramos satisfacción y bienestar en el propio proceso de hacer algo de inicio a fin, nos motivamos y comprometemos con la tarea y atraemos a las posibles oportunidades, brindando confiabilidad en el proceso.

Trabajando la aptitud: mejoramos el desarrollo profesional (incrementa las posibilidades para ascender y tomar responsabilidades), la eficacia y efectividad, la competitividad (te actualiza en el mercado), la autoconfianza y la innovación o creatividad (a la hora de generar ideas y encontrar soluciones innovadoras)

De manera que, en este verano, os invito a disfrutar de esa increíble sensación de perder el tiempo, de crear nuevos escenarios e intercambiar roles, de mejorar vuestra técnica con el compás, de adaptaros a ambientes y contextos distintos viajando o sin viajar, de invertir tiempo de las vacaciones en transformar vuestra actitud, de ampliar vuestras capacidades y disfrutar del propio proceso de mejorar vuestro propio juego o de disfrutar de ese momento valioso de juego con vuestros familiares y amigos.

 

Clara Sevilla Moreno
Psicóloga del HUB 24/7 de Affor Health

 

 

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *